Siendo consciente de que ese tipo de eventos no se dan todos los días, fuime a unos grandes almacenes
con nombre de tajo británico donde me soplaron 14.400 pesetas por entrada para el espectáculo en miércoles (eso sí, en el
patio de butacas).
Nos dispusieron tras un dispositivo enorme y negro, que además de no estorbarnos la visión, nos ofrecía
cierta amplitud de espacio. Más tarde resultó ser el dispositivo de donde sale David con una moto en la "Transposición Instantánea"
(o sea, desaparece del escenario él y la moto y reaparece instantánemente entre el público con moto y todo).
Llegado el momento del gran número, D.C. lanza a la audiencia 15 balones de playa de color plateado,
los cuales tendrían que ser golpeados hacia el aire hasta que la música se detuviera, momento en el que el espectador que
tuviera un balón saldría al escenario a participar del.....TRUCO.
Yo miraba a ver si alguien retenía el balón, pero no; los asistentes de D.C. estaban al loro y obligaban
a que la pelota siguiera bailando.
Se paró la música, miré hacia atrás, y las dos filas a mis espaldas batallaban por hacerse con el
último balón en movimiento. Como intentando escapar de aquella pelea, el plateado esférico botó y botó en sus ansiosas manos
hasta venir a parar a las mías. Yo no tenía a nadie delante gracias al gran dispositivo negro, así que...!AY MI MADRE! ¡VOY
A SUBIR AL ESCENARIO!
Me dirigí a la escalera con una sonrisa más ancha que el pasillo.
Ya eramos los 15 en el escenario, y David comenzó a pedir cosas para que la persona que iba a viajar
mágicamente (a Hawaii) se las llevara y pudiera mostrarlas una vez allí mediante una conexión televisiva via satélite
(incluida una foto tomada en aquel mismo instante).
Esta mujer despareció y apareció en una playa de Hawaii con arena, agua y de todo, y nos enseñó
todas esas cosas que se llevó. (Muchos aplausos.)
Después de aquello D.C. eligió a 2 de los 15 para que permanecieran en el escenario para dar fe de
que todo era limpio. Nos puso en fila y mientras se paseaba por delante de todos se paró y le dijo a un chico..."TÚ" y le
señaló una banqueta a un lado del escenario. Siguió andando y al pasar ante mí yo pensaba: "NO TE PARES...NO TE PARES...NO
TE PARES"...y no se paró, eligió a otro.
Los otros 13 subimos a una plataforma colgante en medio del escenario, y me tocó sentarme en un sitio
que acabaría siendo clave para el dinámico desarrollo del número (por razones obvias no diré porqué).
Nos sentamos, nos dieron una linterna a cada uno para iluminar un telón que cubrió la plataforma. Se podían
ver las 13 luces sobre la tela cuando D.C. dió la orden y la tela cayó, dejando ver que allí dentro ya no había nadie. Así,
como te lo digo, ipsofacto.
Por supuesto, todos nos dimos cuenta de como fué (por razones obvias no diré cómo).
Estabamos en un cuarto casi vacío a no ser por un pequeño mueble con un televisor y un videoreproductor.
Allí una señorita y un traductor nos enseñaron lo que había visto el público, pero en una grabación de otro espectáculo. Acto
seguido nos guiaron por los túneles del pabellón hasta la parte trasera del aforo, donde a través de una puerta vimos el último
número, el de la moto.
Volvimos de nuevo al cuarto del tele y el video. Allí esperamos un poco y apareció David Copperfield,
y nos dió una charla sobre el porqué no debiámos contar el secreto y nos dió otras opciones de respuesta para tranquilizar
a los curiosos que perguntaran demasiado. Repartío unas fotos firmadas nos estrachó la mano y se marchó rápido por que después
tenía otra sesión.
En la calle esperaban los familiares pensando mil y una cosas...los familiares y esos curiosos
que preguntaban demasiado. Algunos se molestaron cuando yo me negaba a contar algo; bueno, morirán sin saberlo [maléfica risa...aaaahhaaahahahaha].
Una vez en Sevilla se corrió el rumor que un miembro de uno de los dos círculos mágicos de Sevilla
había sido desaparecido por D.C. y que el muy [palabra censurada] no soltaba prenda sobre el asunto.
Aquel viernes lo comentaban en el pub Magia y Música, que entonces era la sede de la A.M.S. (Asociación
Mágica de Sevilla). Yo estaba sentado aparte con Mario, el entonces presidente, y le confesé que aquel mago era yo. Mario
me susurró: "No les digas nada y nos reímos un rato". Mientras, los demás despotricaban, se indignaba o reían sin saber que
el motivo de sus comentarios les estaba escuchando.