NANO MÁRQUEZ

LA CARTERA DE OLIVER

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    Ocurrió por el mes de mayo en una localidad llamada Matadepera que este humilde artista fue actuar en un evento privado con claro enfoque infantil; o sea, un banquete de comunión.
    Como mi espectáculo es para todas las edades, también hago participar a los adultos, que al fin y al cabo son los que pagan. Todo fue fantástico, todo lo fantástico que los niños dejaron que fueran las cosas.....Hasta el mismo instante final.
 
    Cerré la actuación con el escapismo en "La Cabina Espiritista", juego en el que, atado todo el cuerpo y esposado a la espalda, consigo ponerme la chaqueta de un espectador en pocos segundos, quedando ésta bajo las ataduras que aún están en su lugar.
    Al finalizar dí las gracias a los espectadores que me ayudaron en el número entre los que estaba Oliver, padre de la criatura homenajeada, y sujeto al que le quité la chaqueta. Al devolvérsela, y con una sonrisa me dijo: "- Vale, y ahora dame la cartera." Yo me reí, pues es una broma que suele gastar el voluntario propietario de la chaqueta muy a menudo, pero ese día no era broma; Oliver no encontraba su cartera y yo era.....EL PRINCIPAL SOSPECHOSO.
    Juré y perjuré que yo no la tenía, y además le expliqué que eso era algo impensable pues, si yo fuera por mis actuaciones quitando carteras, los clientes se lo dirían al dueño del local y el dueño del local a mis agentes, y mi tiempo en el mercado de la farándula sería algo más corto que breve. Pero no quedó convencido y todavía pensaba que yo estaba de broma y que aquello aún era parte del espectáculo. Instó a los niños a que me sometieran a registro y entre todos me sentaron en una silla para inspeccionar todos mis bolsillos, incluso una señora ya no muy joven se apuntó no ateniéndose solo a los bolsillos. ¡¡¡Menudo apuro!!!
    Mientras recogía yo mis cosas, a Oliver comenzó a borrársele la sonrisa intuyendo que su cartera realmente había desaparecido y no precisamente por arte de magia, y que su paradero se encontraba en mis dominios. Me pregunto mil veces si realmente no era broma, si aquello no formaba parte del espectáculo. Ya llevábamos unos cuarenta minutos con la disputa desde que terminé la actuación, así que el espectáculo ya habría decaído bastante, además yo ya tenía recogidos los bártulos, pero no quería marcharme hasta que no estuviera resuelto el caso.
    Todo ese rato sufrí las miradas del resto de invitados y algunos comentarios que no me dajaban en muy buen lugar. Ni siquiera la señora del registro mostraba ya aquel interés.
    Acercándonos a la hora de duración del entuerto, periodo en el que mi partener entretenía a los niños dándoles globos (¡que pastón en globos me dejé aquel día!), Oliver desapareció, y volvió al rato con otro semblante; había pasado de la sonrisa a la crispación y de la crispación a la culpabilidad.
    "-Nano, no sé cómo expresar lo avergonzado que estoy. Me había dejado la cartera en el coche cuando pagué el aparcamiento. Estaba tan aturdido por el efecto mágico que no pude pensar con claridad". Desde luego, después se esmeró en piropear mi trabajo y quiso que nos reuniéramos todos en el salón de celebraciones para pedirme públicas excusas; mostró mucha humildad y sencillez.
 
    Desde entonces me aseguro de que el espectador ayudante voluntario no lleve nada de valor en la chaqueta, por lo tanto, creo que después de todo he de darle las gracias a Oliver por la "lección".

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